«Pero por esto he alcanzado misericordia: para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su paciencia, para enseñanza de los que han de creer en él para vida eterna» (1 Timoteo 1,16). Como leemos en este versículo, nadie está fuera del alcance de la misericordia de Dios. San Pablo, que fue blasfemo y perseguidor, recibió la longanimidad divina no sólo por su propio bien, sino para que su conversión sirviera como ejemplo viviente para todos los que habrían de creer después de él. Si tal paciencia y misericordia fueron concedidas a quien estaba tan endurecido en el pecado, entonces hay esperanza para toda alma, por lejos que se haya desviado.
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Cuando Dios introdujo a su Primogénito en el mundo, dijo: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.” (Hebreos 1,6)