No sigáis mi ejemplo, pues no soy más que un ser humano falible y lleno de imperfecciones, sujeto a la debilidad, al error y al pecado. Mis pensamientos suelen estar desordenados, mi corazón es inconstante, y mis acciones, en ocasiones, indignas de la vocación que profeso. Soy una obra en proceso, necesitado de arrepentimiento y gracia cada día. Si modeláis vuestra vida según la mía, heredaréis mis defectos junto con cualesquiera virtudes que pueda tener, y tal carga no debe llevarla ninguna alma.
En cambio, fijad vuestra mirada en Jesucristo, el Cordero de Dios sin pecado, que es el único perfecto en palabra, obra e intención. Él es el verdadero ejemplo para todo hombre y mujer, la Luz del mundo, el Camino, la Verdad y la Vida. En Él no hay engaño, ni fracaso, ni tiniebla alguna. Donde yo tropiezo, Él permanece firme; donde yo hiero, Él sana; donde yo me desvío, Él guía. Por tanto, no me miréis a mí para vuestra salvación, vuestra fortaleza ni vuestro modelo. Mirad a Cristo, porque sólo Él es digno de ser seguido sin vacilación ni temor.
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