La Misericordia y la Paciencia de Dios

«Pero por esto he alcanzado misericordia: para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su paciencia, para enseñanza de los que han de creer en él para vida eterna» (1 Timoteo 1,16). Como leemos en este versículo, nadie está fuera del alcance de la misericordia de Dios. San Pablo, que fue blasfemo y perseguidor, recibió la longanimidad divina no sólo por su propio bien, sino para que su conversión sirviera como ejemplo viviente para todos los que habrían de creer después de él. Si tal paciencia y misericordia fueron concedidas a quien estaba tan endurecido en el pecado, entonces hay esperanza para toda alma, por lejos que se haya desviado.

La vida de San Pablo nos recuerda que la misericordia de Dios no se gana por méritos, sino que se derrama en abundancia sobre los que no la merecen. No fue reformado gradualmente por su sabiduría ni por su esfuerzo. Más bien, fue detenido por la gracia en el camino a Damasco y completamente transformado por Cristo. Esta es la misma gracia que alcanza los corazones más obstinados y errantes, no para excusar su pasado, sino para convertirlo en testimonio. Aquellos que se han alejado mucho a menudo se convierten en los signos más claros del poder de Dios, porque es en ellos donde la habilidad del Médico Divino se hace más visible.

Este versículo destruye toda excusa que podamos ofrecer para desesperar. Decimos: «He pecado demasiado», pero Pablo blasfemó. Decimos: «He dañado a demasiadas personas», pero Pablo arrastró cristianos a prisión y a la muerte. Y sin embargo, Dios lo escogió—no después de que se hubiera corregido, sino mientras aún respiraba amenazas. Esto no es una licencia para pecar, sino una advertencia contra la presunción y una llamada al arrepentimiento. La misma misericordia que perdonó a Pablo exige que nosotros también cambiemos, nos rindamos y caminemos como quienes han sido llamados de las tinieblas a la luz admirable.

La conversión de San Pablo no es sólo fuente de ánimo, sino también un llamado a la imitación. Él se convirtió en modelo no sólo de quien recibe misericordia, sino de lo que se hace después de recibirla. No ocultó su pasado; lo confesó abiertamente para glorificar a Cristo. No desperdició su perdón; dedicó el resto de su vida al servicio de Aquel que lo había salvado. Así también debe ser con nosotros. No somos perdonados para quedarnos inactivos, sino para convertirnos en testigos de la paciencia de Cristo—iconos vivientes de Su longanimidad y de Su poder, para que otros también crean para vida eterna. Cristo no actúa con apresuramiento ni rechaza al pecador—Él soporta, espera y atrae. La misericordia de nuestro Señor es modelo, precedente y promesa. Si soportó largamente a Pablo, también lo hará con nosotros.

Que Dios os bendiga +

P. Carlos
15 de mayo de 2025

This entry was posted in Blog. Bookmark the permalink.

Comments are closed.