En la vida espiritual de un cristiano ortodoxo, la auténtica compañía no es un asunto periférico. Es central para la vocación humana, pues hemos sido creados a imagen y semejanza del Dios Trino. En el mundo actual, la verdadera amistad se ha vuelto rara y con frecuencia mal comprendida. La Santa Iglesia, sin embargo, nos invita a recuperar la comprensión antigua de la amistad: no como un vínculo sentimental basado en la gratificación personal o en intereses comunes, sino como una relación sagrada anclada en la búsqueda compartida de la santidad. “Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha hallado un tesoro” (Eclesiástico 6,14). Este tesoro no se guarda en cuentas bancarias ni en honores humanos, sino en el alma, y nos asiste en el camino hacia la unión con Dios.
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Cuando Dios introdujo a su Primogénito en el mundo, dijo: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.” (Hebreos 1,6)